LOS SANFERMINES QUE HA VIVIDO EL GRAN HOTEL LA PERLA

DESDE 1881 HASTA LA ACTUALIDAD

FIESTAS DE SAN FERMÍN 1938

         La guerra estaba durando más de lo que se esperaba y de lo que se deseaba. Esta circunstancia forzó, por segundo año, la suspensión de todos los actos profanos en honor a San Fermín; manteniéndose únicamente los actos religiosos, que fueron todo lo multitudinarios que se  podía esperar.
         A diferencia del año anterior este 7 de julio si que hubo procesión; así se acordó en el pleno municipal del 30 de junio en el que el Ayuntamiento de Pamplona aprobó acudir en corporación, con la solemnidad acostumbrada, a las vísperas de San Fermín, y que el día 7 de julio, festividad del Santo Patrono de la Ciudad, salga la procesión con el recorrido tradicional, y se celebren todos los actos religiosos con la solemnidad de costumbre.

1938.- Aquellos días en las calles de Pamplona predominaron los uniformes caquis frente a la indumentaria blanca y roja
         El Alcalde publicó el tradicional bando presanferminero, pero éste nada tenía que ver con el de otros años; en él confirmaba y anunciaba que no habría más festejos que los religiosos, y que... la sobriedad de nuestras costumbres, incompatible con la frivolidad de fiestas, opuestas al espíritu de privación que tan heroicamente soportan los combatientes, acreditará nuevamente que Pamplona es para España en su fortaleza física y en su vigorosa estructura espiritual.
         El mismo día 7 el periódico “El Pensamiento Navarro”, acorde con su trayectoria política, no podía ocultar su recuerdo hacia los ausentes: Quisiéramos enviarles en este día un saludo especialísimo a la brava juventud pamplonesa, a la que otros años corría delante de los toros con sobra de valentía, y ahora da la cara al enemigo en las trincheras. Valiente y brava entonces, y valiente y brava ahora, y admirable siempre. En estas noches silenciosas de los Sanfermines de 1938, nuestro recuerdo es para ellos.

En el frente los mozos seguían con atención cuanto sucedía en Pamplona
         En cualquier caso, no resulta fácil imaginar que es lo que sentían aquellos miles de pamploneses, que acompañaban en inusual silencio a la corporación municipal en su marcha, solemne y pausada, hacia las vísperas; o los que arroparon el bulto de San Fermín durante aquella procesión que, lejos de ser un acto festivo, era toda una proclamación de la fe; o los que abarrotaron la Capilla de San Fermín durante la octava escuchando el encendido sermón de don José Vera. No, no era fácil imaginarlo, como tampoco lo era el triste recuerdo y las difíciles circunstancias de tantas familias rotas, o enfrentadas, el de tantas madres sin saber de sus hijos o de sus maridos.
         Los “sanfermines” de 1937 y 1938 –como después vinieron otros- marcaron un capítulo muy especial en la historia de las fiestas de Pamplona. No se puede, ni se debe, ignorarlos; sería injusto hacerlo, pues lo que ocurre cada año en Pamplona entre el paréntesis festivo que marcan las vísperas y la octava de San Fermín, es lo que configura nuestra historia sanferminera.
         
Recorte de prensa que recoge la celebración de la Octava

PINCELADAS


Alcalde.- D. Tomás Mata

Procesión en Bilbao.- El día 7 no fue Pamplona la única ciudad en sacar la imagen de San Fermín por las calles con motivo de su festividad. En Bilbao los navarros allí residentes, y los allí presentes por circunstancias bélicas, una vez más pasearon al santo patrono por calles y plazas de la capital vizcaína. Detrás de la imagen iba un abanderado con la enseña de Navarra y un grupo de requetés escoltando la imagen.

Los sanfermines del 36.- La semana sanferminera –que no fue tal- de 1938, y la euforia triunfalista de ese momento, sirvieron para desvelar, más a modo de orgullo que de tímida confesión, que durante las fiestas de 1936 ya se conocía lo que iba a suceder al final de las mismas. Había incluso quien apuntaba, dejando correr la imaginación, que pese a haber sido asesinado Calvo Sotelo el día 13 de julio (para el bando nacional esta fue la gota que colmó el vaso) la sublevación no se pudo llevar a efecto porque los requetés navarros estaban en plenas fiestas, y no era plan estropearlas. Pero lo que si es cierto es que ya se sabía lo que iba a suceder.
         Las peñas Muthiko Alaiak y Denak Bat incluyeron ese año en su himno una coletilla en la que se gritaba un desafiante, provocador y prohibido ¡Viva el Rey!, sabedores que su posible detención y posterior encarcelamiento, además de llenarles de orgullo, duraría poco.
         La copla que pusieron de moda y entonaron ese año los mozos de las mencionadas peñas decía así:

Las fiestas están alegres,
y las chicas guapas son,
mas yo me voy, pues me llama
Alfonso Carlos Borbón.

Euskal Jai.- Ajeno a la guerra, y prudente a la hora de anunciarlo, el Euskal Jai organizó para la semana de sanfermines extraordinarios partidos de remonte y mano. Tan extraordinarios fueron que la empresa no tuvo reparo en traer a las primeras figuras pelotazales, entre las que brillaba con luz propia el remontista Ábrego, de Arroniz.

Los beneficios de la Misericordia.- La suspensión de las fiestas, y más concretamente, la suspensión de las corridas de toros, tenían la no deseada consecuencia de privar a la Santa Casa de Misericordia de los suculentos beneficios que le reportaban los festejos taurinos.
         Conscientes de este inconveniente la prensa provincial lanzaba solapadas sugerencias, destacando siempre el ejemplo de aquella patriótica señora que, metiendo en un sobre las cien pesetas que le hubiese costado el abono de ese año, lo entregó como donativo en las oficinas de la mencionada entidad benéfica.